viernes, 31 de enero de 2014

Costa Rica guarda recuerdos de la Segunda Guerra Mundial

Los historiadores ubican el inicio de la segunda guerra mundial en setiembre de 1939 cuando la Alemania de Hitler invade Polonia.

La guerra se extendería por todo el orbe y aquel conflicto mundial tendría un capitulo en Costa Rica, específicamente el 31 de marzo de 1941.

Con el inicio de la guerra, los barcos mercantes de los países involucrados buscaron refugio en puertos neutrales para evitar agresiones, dos de ellos el alemán Eisenach y el italiano Fella.

El carguero Eisenach al mando del capitán Gerhard Loers Struck arribó el primero de setiembre de 1939 cargado de cemento y máquinas.

La embarcación en algún momento sirvió a los intereses de Franco durante la Guerra Civil Española al llevar armamento desde Alemania a la nación ibérica según narra Guillermo Villegas en su libro "La Guerra de Figueres: Crónica de 8 años".

El Fella llegaría el 5 de junio de 1940 capitaneado por Gabriel Locatelli Gabrielli con pasajeros, mercadería y mármol.

El gobierno del presidente Cortés ordenó desmantelar los radios de las embarcaciones para no comprometer la neutralidad de nuestro país en aquel momento.

Los 100 tripulantes de las naves podían bajar a tierra  y regresar a bordo por las noches pero con el paso de los meses su permanencia se complicó al no tener suministros.

Además el gobierno del recién electo doctor Rafael Ángel Calderón recibía las presiones de los ciudadanos alemanes e italianos establecidos en el país, con el fin de que dejaran en paz a sus coterráneos.

Los rumores de espionaje comenzaron a correr y la tensión crecía con los barcos anclados en Puntarenas.

Francisco Calderón Guardia, hermano del entonces presidente y secretario de seguridad pública declararía ante un juez que el gobierno recibió denuncias de que los barcos cargaban explosivos. Además de que los aparatos de radio habían sido reinstalados y que algunos de los tripulantes viajaron dentro del país sin autorización correspondiente.

Además el Gobierno Británico exigía al costarricense desarmar los barcos pese a que los navíos no traían armas consigo; de lo contrario bloquearían el puerto del pacífico.

Con ese panorama fue que el gobierno de Calderón Guardia planeó tomar las naves con el apoyo de los Estados Unidos.

A la media noche del 31 de marzo salió de San José un tren con el secretario de seguridad en él y cuarenta policías armados que tenían como objetivo abordar los buques en cuestión; a su llegada a Puntarenas, este fue el panorama que encontraron.

La información sobre la toma de los barcos se filtró y las tripulaciones tanto del Eisenach y el Fella hicieron lo imposible para que las naves no fueran tomadas.

Los medios de la época hicieron eco de lo ocurrido y daban a conocer a sus lectores la noticia.

La Tribuna informó que un buque norteamericano interceptó comunicaciones desde San José de anunciaban la toma de las naves, por su parte el Diario de Costa Rica rescataba en sus páginas que había sido el primero en informar del suceso.

Las autoridades costarricenses detuvieron a las tripulaciones de las naves, las trasladaron a San José y las recluyeron en la penitenciaría capitalina.

Dos meses después el gobierno de Calderón indulta a las tripulaciones y las envía a la zona del canal, bajo el control de los Estados Unidos.

En ese punto se les pierde la pista al ser trasladados a los Estados Unidos para ser sometidos a interrogatorios.

Años después el Eisenach sería recuperado de las aguas de Puntarenas y puesto en operación mientras que esta boya frente al paseo de los turistas marca donde están los restos del Fella ya declarado patrimonio histórico de Costa Rica. 

Vía| Teletica

lunes, 27 de enero de 2014

La Segunda Guerra Mundial aún causa estragos 70 años después




Sobre la Segunda Guerra Mundial (IIGM) se ha escrito desde todos los ángulos posibles, sus batallas, las consecuencias políticas, el Holocausto… Pero poco se ha investigado sobre sus efectos a largo plazo sobre los que la sufrieron siendo niños. Ahora un amplio estudio con miles de ellos muestra que los chicos que estuvieron más expuestos a la guerra tienen ya de adultos mayores ratios de enfermedades coronarias o diabetes y menores niveles de educación y estatus socioeconómico. Los resultados podrían ser peores si la gran mayoría no hubieran muerto ya.

Cerca de 80 millones de personas murieron en los seis años que duró la IIGM, el 3% de la población mundial de entonces. Fue la primera gran guerra en la que las bajas civiles superaron a las militares. Sólo en Europa, principal escenario, hubo 39 millones de muertos, la mitad de ellos civiles. Sin embargo, el continente europeo se recuperó rápidamente. De sus cenizas nació el impulso de la Comunidad Europea y la recuperación económica fue tan acelerada que los países perdedores, como Alemania, ya tenían un crecimiento per cápita superior que el de los vencedores en 1973. Pero muchos de los niños de entonces aún sufren sus consecuencias.

Investigadores alemanes y estadounidenses han querido descubrir si una guerra tan cruel como lejana en el tiempo aún está haciendo daño. Partieron de los resultados de SHARELIFE, una encuesta a unos 30.000 hombres y mujeres mayores de 50 años de 13 países europeos. Los sondeos de este proyecto analizan la salud, estatus socioeconómico y las redes sociales y familiares de los mayores. Pero en la oleada de 2009, la usada como base para el estudio, los entrevistados también tenían que echar una mirada al pasado y responder sobre su infancia y muchos la pasaron durante los años de la contienda.

Para determinar el grado de exposición a la guerra, el estudio cruzó el origen de cada entrevistado con los mapas de las operaciones bélicas. También tuvieron en cuenta las bajas por países, los movimientos de población producidos, la ratio entre sexos o el PIB anual de los 12 países con entrevistados por el proyecto SHARE. España también está en el grupo, pero los investigadores la sacaron del análisis por la complejidad añadida de haber tenido su propia guerra.

El trabajo muestra una correlación entre la exposición a la guerra y una mayor probabilidad de diabetes adulta (un incremento del 2,6%), depresión (5,8%) o una peor valoración del estado de salud general (9,4%). Aunque los ancianos que de niños sufrieron la guerra más de cerca presentan mayores índices de enfermedades coronarias, la diferencia no es lo suficientemente grande como para tener significancia estadística. En cuanto al nivel educativo, los niños que vivieron en los países centrales donde se desarrolló la guerra como Polonia y Alemania (Rusia y los otros países que formaban la URSS no participan en las encuestas SHARE) tardaron más en acabar sus estudios y, en términos relativos, presentan menor número de licenciados.

La soledad también es más habitual entre ellos. Muchos, en especial mujeres, nunca se casaron. Tiene toda la lógica. Millones de jóvenes en edad de casar nunca volvieron del frente. En Alemania, por ejemplo, de una ratio hombre-mujer de 0,96 en 1939, se pasó a 0,72 tras la guerra. Otro factor que ayuda a explicar su peor estado de salud física y emocional es el altísimo grado de orfandad. En Austria, Alemania y Polonia, una cuarta parte de los niños que tenían 10 años en 1945 habían perdido a su padre. Y crecieron además muy mal alimentados. En 1941, la ingesta calórica de los polacos no superaba las 931 calorías. Al acabar el conflicto, Grecia, Alemania e incluso Holanda sufrieron varias hambrunas. Todo fue sumando.

“Creo que lo más destacable es que existen costes reales de la guerra que perduran hasta una edad muy avanzada también para los no combatientes. Nuestros datos son de 2009, es decir, de 63 años después de la guerra”, dice James Smith, investigador de RAND Corporation y coautor del estudio. Esa duración es lo que más ha sorprendido a Smith: “Que los efectos sean tan duraderos y mensurables. Son cosas que pasaron cuando eran unos niños”. E incluso antes. Como recogen en su trabajo,  publicado en la Review of Economics and Statistics, otros estudios ya han demostrado que un feto desarrollado en situaciones de hambruna nace con cierto retraso cognitivo y físico y, de adulto, tiene mayor tendencia a sufrir enfermedades coronarias.

El estudio muestra también que la guerra tuvo un impacto diferente según la clase social a la que pertenecía el niño. Comparados con los de mayor estatus socioeconómico, los chicos de los estratos inferiores presentan más casos de diabetes adulta (un 3,2% de incremento), acabaron siendo más bajos (1,8 cm. de media) y tienden a sufrir más depresión (2,5 puntos porcentuales) Llama la atención que los más afectados parecen ser los que pertenecían a las clases medias. “Sospecho que la vida para los de menos estatus social habrían sido igual de dura sin la IIGM, mientras que el mayor cambio fue para la clase media. Las clases altas tienen mecanismos más fáciles para escapar de los costes de una guerra”, opina Smith.

Puede que algunos porcentajes del estudio no parezcan muy altos. Pero, como recuerdan los investigadores, es muy posible que sus resultados no capturen el alcance real de los efectos a largo plazo de la IIGM. Millones de aquellos niños ya han muerto y puede que muchos lo hicieran antes de tiempo por haber mediado aquella guerra. Como explica Smith: “Hemos mostrado como aquellos que vivieron la guerra tienen peor estado de salud en su vejez. Por tanto, es muy posible que los que la sufrieron tuvieran más probabilidades de haber muerto antes de 2009. Lo que significa que nuestros resultado son subestimaciones de los costes de la guerra”.

Los rastreadores de cadáveres de la Segunda Guerra Mundial

De las estimadas 70 millones de personas que perdieron la vida por la Segunda Guerra Mundial, 26 millones murieron en la frontera de Europa oriental y cuatro millones de ellas siguen siendo consideradas oficialmente como desaparecidas en combate. Pero no han sido olvidadas.

Olga Ivshina camina lenta y cuidadosamente entre los pinos mientras los sonidos de su detector de metales punzan el silencio del bosque.

"No están enterrados muy profundamente", dice.

"A veces los encontramos sólo cubiertos de musgo y algunas capas de hojas caídas. Siguen en el lugar en el que cayeron. Los soldados nos están esperando... esperando la oportunidad de retornar a casa".

Cerca de ella, Marina Koutchinskaya está arrodillada buscando entre el lodo. En los últimos 12 años ha pasado la mayoría de sus vacaciones así, lejos de casa, de su negocio de ropa para mujeres embarazadas y de su hijo.

"Cada primavera, verano y otoño siento un extraño anhelo de ir a buscar a los soldados", cuenta. "Mi corazón me llama a hacer este trabajo".

Olga y Marina son parte de un grupo llamado Exploración que viajó durante 24 horas en un incómodo camión del ejército para llegar a este bosque cercano a San Petersburgo.

Las condiciones son básicas: acampan entre los árboles y hay días en los que tienen que desplazarse con el lodo llegándoles a la cintura para encontrar los cuerpos de los caídos.

Y la labor acarrea peligros. Los soldados descubiertos a menudo tienen granadas en sus mochilas y puede haber proyectiles de artillería atascados en los árboles.

Rastreadores de otros grupos voluntarios en otros lugares de Rusia han perdido sus vidas.

Marina me muestra un objeto que encontró y que parece un jabón pero es TNT. "Cerca de una llama todavía es peligroso, a pesar de que ha estado tirado en el piso por 70 años".

Muchos países quedaron con cicatrices tras la Segunda Guerra Mundial, pero ninguno sufrió tantas pérdidas como la Unión Soviética.

El 22 de junio de 1941, Adolfo Hitler lanzó la Operación Barbarroja, la campaña más larga y sangrienta de la historia militar, que pretendía anexar vastas áreas de la URSS al Tercer Reich.

San Petersburgo, que entonces se llamaba Leningrado, era uno de sus blancos principales. En menos de tres meses, el ejército alemán tenía a la ciudad rodeada y empezó a bombardearla desde el cielo.

Cuando no lograron vencerla a punta de ataques, Hitler decidió doblegarla haciéndola morir de hambre. Durante más de dos años, el Ejército Rojo luchó desesperadamente por cruzar las filas alemanas.

Olga y Marina están trabajando cerca de la ciudad de Liubán, a 80 kilómetros al sur de San Petersburgo. Aquí, en un área de apenas 10 kilómetros cuadrados, se estima que murieron 19.000 soldados soviéticos en unos pocos días de 1942.

Hasta el momento, los rastreadores han encontrado 2.000 cadáveres.

Ilya Prokoviev, el más experimentado del equipo Exploración, está punzando cuidadosamente la tierra con un largo pincho de metal. Es un ex oficial del ejército que encontró su primer soldado hace 30 años cuando caminaba por el campo.

"Estaba cruzando un pantano y de repente vi unas botas entre el barro", recuerda.

"Un poco más allá, encontré un casco soviético. Luego retiré un poco de musgo y vi un soldado. Me sorprendió. Era 1983, yo estaba a 40 kilómetros de Leningrado y ahí estaban los restos de un soldado que no había sido enterrado. Después de eso, encontré otros y nos dimos cuenta de que estos cuerpos estaban en todas partes... a una escala masiva".

No había mucho tiempo en medio de la batalla para enterrar a los muertos, dice Valery Kudinsky, oficial del Ministerio de Defensa responsable por las tumbas de guerra.

"En sólo tres meses, la máquina mortal alemana penetró en más de 2.000 kilómetros de nuestro territorio. Muchas de las unidades del Ejército Rojo murieron o fueron rodeadas. ¿Cómo podían pensar en entierros o en registrarlos en esas condiciones"?

Inmediatamente después de la guerra, la prioridad era reconstruir un país que había sido destruido, dice. Pero eso no explica por qué los campos de batalla no fueron revisados más tarde y los caídos, identificados y enterrados.

Los rastreadores piensan que algunos fueron deliberadamente ocultados. El consejo gobernante de la URSS emitió decretos en 1963 sobre la destrucción de cualquier rastro de guerra, señala Ilya.

"Si uno mira un mapa que muestre dónde tuvieron lugar las batallas y lo compara con todas las nuevas plantaciones forestales y proyectos de construcción, se da cuenta de que coinciden con el frente de guerra. Nadie me puede convencer de que plantaban árboles por razones ecológicas".

Nevskaya Dubrovka, en la ribera del río Neva, fue el escenario de una de las campañas más sanguinarias del sitio de Leningrado. El Ejército Rojo luchó ferozmente para asegurarse una estrecha franja de la rivera en un intento por romper el bloqueo. Cientos de miles de soldados fueron sacrificados.

Los rastreadores descubrieron, en el verano pasado, una fosa común en el área. Es posible que sus camaradas, los habitantes locales o incluso quizás el ejército alemán tiraron a los soldados en un hueco, ansiosos por prevenir una epidemia.

"Había entre 30 y 40 soldados. Cuatro capas de gente, unas encima de las otras", cuenta Olga, sentada frente a la hoguera del campamento. "Pero los esqueletos estaban todos revueltos y hechos pedazos. Una cabeza aquí, una pierna allá...". Hace una pausa y mira las llamas. "Una vez que uno ve eso, nunca lo olvida. Uno no vuelve a ser la misma persona que era".

A su retorno a Moscú tras unas semanas en el bosque, Olga cuenta que se siente alienada.

"Todo parece tan insustancial pero cuando estoy aquí siento que estoy haciendo algo necesario".

Para Olga -quien entonó himnos comunistas en la primaria y luego aprendió sobre ganancias y pérdidas en bachillerato-, trabajar como voluntaria en estas búsquedas le proporciona un compás moral en una época confusa.

"A veces uno necesita saber que está haciendo algo importante, que uno no es sólo una mota de polvo en este Universo. Este trabajo nos conecta con nuestro pasado. Es como un ancla que nos ayuda a permanecer firmes en medio de la tormenta".

Encontrar a los muertos es apenas una parte de su misión. Rescatarlos de la anonimidad es la otra.

En Moscú brilla una llama eterna en la Tumba del Soldado Desconocido a la sombra del Kremlin, pero para los rastreadores, la mejor manera de honrar a quienes perdieron sus vidas es restaurarles su identidad.

"El soldado tenía una familia, hijos, se enamoró", dice Ilya. "Ser desconocido no es un orgullo. Fuimos nosotros los que lo hicimos desconocido".

No obstante, descubrir quiénes eran estas personas no siempre es fácil, particularmente después de que ha pasado tanto tiempo.

"Entre más información podemos recolectar en el lugar, más chance tenemos de identificar al soldado", apunta Alexander Konoplov, líder del grupo Exploración.

A veces encuentran viejas monedas con los soldados, que sus familias les habían dado. Se creía que si la familia le prestaba unas monedas, el soldado volvería a casa a devolver el préstamo. subir "Si me matan..."

Sin embargo, aunque los efectos personales pueden reconstruir una idea de la persona, no ayudan a saber cuál era su nombre o dónde nació. Iniciales grabadas en cucharas o tazas son buenas pero la clave usualmente es la placa de identificación.

Durante la Segunda Guerra Mundial, las placas de los soldados soviéticos no eran hechas de metal sino que eran pequeñas cápsulas de ébano que contenían un pequeño pedazo de papel con sus detalles personales. Desafortunadamente, los papeles a menudo son ilegibles. Otras no tienen nada escrito, pues muchos de los soldados eran supersticiosos: pensaban que si los rellenaban les traería la muerte segura.

Alexander, quien dejó su negocio de venta de productos alimenticios para convertirse en un rastreador a tiempo completo, tiene en su mano un cartucho de bala tapado con un pequeño pedazo de madera. Tiene la esperanza de que sea una placa de identificación improvisada. Pero cuando la voltea, lo que sale no es un papel, sino un chorrito de líquido marrón.

"A veces encontramos mensajes con el nombre del soldado", dice Alexander. "Algunos escribieron: 'si me matan, por favor denle esto a mi mamá o a mi novia'. Es difícil no conmoverse". Exploración es uno de 600 equipos de rastreadores de toda Rusia que han encontrado y enterrado un total de 500.000 soldados hasta ahora.

Esos grupos son conocidos como los "excavadores blancos", pero hay otros llamados "excavadores negros", que buscan medallas, armas, monedas y hasta dientes de oro para vender en internet o a negociantes especializados. No están interesados en identificar a los soldados, simplemente dejan los huesos en la tierra.

Alexander ha establecido unas reglas estrictas sobre cómo deben ser excavados, marcados y almacenados. Cada soldado es fotografiado y su ubicación registrada e introducida en una base de datos digital.

Si no se puede descifrar la placa de identificación en el lugar, la empacan cuidadosamente y la envían a la sede central del equipo en Kazán.

Allá, el técnico del grupo, Rafik Salakhiev, usa luz ultravioleta o técnicas digitales para revelar marcas de lápiz. Una vez emerge un nombre, los rastreadores usan antiguas listas del ejército, documentos clasificados y contactos en el ejército o la policía para identificar al soldado y localizar a los miembros de su familia.

"Cada vez me emociono como si fuera la primera", dice Rafik. "Cuando llamas a los familiares, antes de darles la noticia, tratas de prepararlos".

Sin embargo, encontrar a la familia del soldado puede tomar años -en ocasiones más de una década-, especialmente si la familia se fue después de la guerra.

Cuando, en 1942, los vecinos de la aldea de la que provenía el teniente Kustov se enteró de que estaba desaparecido, sospecharon que desertó y estaba colaborando con los alemanes. Calificaron a sus niños como "hijos de un traidor" y forzaron a la familia a irse.

A Ilya le tomó meses encontrarlos.

"Cuando les dijimos que encontramos los restos de su padre, para ellos la sensación fue indescriptible. Ellos sabían que él no era un desertor, que él no era capaz de comportarse así, pero no hubo ninguna prueba por 60 años".

De los archivos, los rastreadores dedujeron que Kustov había sido el comandante de uno de los notorios shtraftbats, los batallones penales de José Stalin conocidos por su lema ¡Ni un paso atrás!, que enfrentaban duros castigos -incluyendo ejecuciones sumarias- por retiradas no autorizadas.

Únicamente un oficial de confianza y un comunista convencido habría sido elegido para ese cargo.

"Lograron restaurar la verdad histórica y el honor a la memoria de su padre", dice Ilya. Los hijos de Kustov enterraron sus restos al lado de los de su madre, quien esperó toda su vida su regreso.

Cerca de la ribera del río Neva y de la fosa común encontrada por los rastreadores, un sacerdote ortodoxo ruso entona plegarias mientras camina entre las filas de ataúdes de color rojo brillante que descansan sobre el césped.

Los hijos, nietos y bisnietos de los soldados observan, algunos sollozando en silencio.

Las paredes de la amplia y recientemente excavada tumba están cubiertas con tela roja, una señal de respecto reservada normalmente sólo para los generales del ejército.

Jóvenes ataviados con uniformes de estilo soviético forman una guardia de honor.

Visiblemente conmovidos, al ver pasar los ataúdes, varios miran hacia el cielo. Existe la creencia de que los pájaros que sobrevuelan se llevan las almas de los muertos.

Hay más de 100 ataúdes; cada uno contiene los huesos de 12 o 15 hombres.

Los rastreadores desearían que cada soldado tuviera uno propio, pero no pueden pagar los 1.500 féretros extra que necesitarían para este servicio.

Esta es la culminación de meses de trabajo. Es la razón de ser de todo: lograr una semblanza de orden al caos moral del pasado y rendir tributo a quienes sacrificaron sus vidas.

En la primavera volverán a sus búsquedas en los bosques y campos en los que tantos murieron. Están decididos a continuar hasta encontrar al último hombre. Pero puede tomarles toda la vida... o más.

martes, 14 de enero de 2014

La historia de cómo Mauthausen se convirtió en el "campo de los españoles".



El 6 de mayo de 1945, un día después de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, se tomó una fotografía de su entrada en la que, junto a centenares de presos celebrando el fin de su cautiverio, se puede ver una enorme pancarta que reza «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras», mientras varias banderas republicanas sustituyen a las de la Alemania nazi.

La presencia de prisioneros españoles en este campo de trabajo nazi es ampliamente conocida. Lo que no es tan conocido es que cuando las tropas estadounidenses pusieron punto y final al atroz régimen que gobernaba Mauthausen, los supervivientes de los alrededor de 7.300 españoles que habían pasado por este lugar entre agosto de 1940 y 1945 lideraban la organización clandestina de los presos del campo.

Tal y como relata un artículo publicado en el blog «Libros en guerra», se trataba de republicanos que habían luchado contra el bando nacional y que tras la finalización de la Guerra Civil española habían sido repudiados por el nuevo régimen franquista, para el que no existían españoles fuera de las fronteras del país. Tras caer en manos del régimen nazi fueron destinados al campo de Mauthausen, destinado a los «enemigos políticos incorregibles del Reich», declaración que equivalía al extermino de sus internos por medio del trabajo forzado y los malos tratos.

La presencia de españoles, identificados con una «S» de «Spanier» en los triángulos de sus uniformes, se hizo notar desde el principio, ya que, según cuenta Ramiro Santisteban, superviviente de Mauthausen, en el libro «Historias de los españoles en la II Guerra Mundial» de Alfonso Domingo. Debido a que ya habían sufrido la Guerra Civil y pasado por la experiencia de los campos de prisioneros franceses, eran capaces de aguantar mejor las penurias a las que les sometían los oficiales de las SS, capaces de causar la muerte por agotamiento en apenas tres meses.

Esta capacidad de resistencia, unida al sentimiento de grupo reinante entre los españoles, les hizo ganarse el respeto de los presos del resto de nacionalidades. Poco a poco, fueron escalando puestos en la organización interna del campo, hasta llegar a mandar en el interior del campo de los presos, cosa que ocurría al final de la guerra. En ese momento, gracias a su buen comportamiento y solidaridad con el resto de internos, los españoles eran apreciados por todas las nacionalidades del campo. Prueba de ello es que Mauthausen ha pasado a la historia como el campo de los españoles.

Vía | ABC

sábado, 11 de enero de 2014

Revista WW2GP Magazine - Enero'14

El próximo lunes 13 de enero sale el primer número de la primera revista digital dedicada exclusivamente a la Segunda Guerra Mundial elaborada por nuestros compañeros de WW2GP, de la que ya os hablé en una entrada anterior.



Algunos privilegiados ya hemos podido echar un ojo a este número 1 y os aseguramos que merece mucho la pena. Ah, y en la primera entrevista, de la página 10 a la 14, un servidor es el protagonista.

Espero que os guste y que sigan saliendo muchos más números de esta fantástica revista.

Pódréis encontrar la revista a partir del lunes 13 de enero AQUÍ.

viernes, 3 de enero de 2014

Un soldado francés luce en su uniforme un lema nazi usado en la II Guerra Mundia

Las palabras ''Meine Ehre heißt Treue" ("Mi honor se llama lealtad" en castellano) que aparecen en el uniforme de uno de los soldados del contingente francés en la República Centroafricana, fue hace décadas el lema oficial de los cuerpos de combate de élite en la Alemania nazi.

Numerosas unidades de las Waffen-SS estuvieron implicadas en las masacres de los civiles en territorios ocupados y juzgados por crímenes de guerra. En la Alemania contemporánea el uso de está lema está prohibida por ley.