lunes, 27 de mayo de 2013

El «Ejército Fantasma» que engañó a los nazis el Día D



En la guerra todo vale. Sin duda, las tropas aliadas siguieron esta frase al pie de la letra cuando, en 1943, crearon el «Ejército Fantasma» -una unidad formada por expertos en efectos especiales, actores e, incluso, tanques de cartón y caucho-, con la finalidad de hacer creer a los nazis que el desembarco aliado en Francia se realizaría al este de la costa y no en Normandía.
De forma concreta, el cometido de los curiosos personajes contratados fue conseguir que el Führer creyera que los aliados disponían de una gran cantidad de tropas adicionales. Este «Ejército Fantasma» se ubicó en varios puntos estratégicos del mapa para dispersar a las fuerzas alemanas a lo largo de toda la costa francesa y, así, debilitar las defensas nazis de Normandía, donde se llevaría a cabo el verdadero asalto.

Un desembarco para acabar con Hitler

La creación de esta falsa unidad se comenzó a plantear en torno a 1943, año en que las fuerzas aliadas estaban ya decididas a acabar con el poder nazi en toda Europa a través de una gran invasión. De hecho, esta necesidad se acrecentó después de que Hitler invadiera Yugoslavia y Grecia y comenzara la conocida como «Operación Barbarroja», el plan nazi para hacerse con el control de la Unión Soviética.
En poco tiempo, el Führer consiguió acabar con la paciencia aliada gracias a sus ansias expansionistas. Era el momento de pararle los pies. Por ello, tanto británicos como norteamericanos establecieron que era hora de arrebatar el suelo galo a los nazis aún a sabiendas del gran coste de vidas que supondría para sus fuerzas armadas.
No obstante, todavía era necesario establecer un punto de entrada al vasto territorio de Hitler. «Desde el momento en que Francia fue invadida por el ejército alemán en 1940 era evidente que sólo se podía expulsar a Alemania (…) a través de un ataque desde el Canal de la Mancha» afirma el historiador Martin Gilbert en su libro «El desembarco de Normandía».
Estaba decidido; lo idóneo era atravesar el escaso espacio que había entre el sur de Gran Bretaña y el norte de Francia con una gran flota y asaltar las playas fortificadas de Hitler en Normandía. Una vez dentro de Europa continental, sólo era necesario ir ganando terreno a los Alemanes hasta llegar a Berlín. Este plan, considerado por muchos oficiales como un suicidio, convenció también a Stalin, ansioso de que los aliados atacaran para provocar que las tropas nazis tuvieran que dividirse y, así, reducir la presión sobre su querida Unión Soviética.

Un curioso engaño

Sin embargo, el mando aliado pronto se percató de que, aunque en el ataque participarían más de un millón de hombres y cientos de blindados, sería difícil romper las defensas establecidas por los nazis. Y es que Hitler no tardó en reforzar las posiciones del norte de Francia con multitud de hombres, tanques y artillería al enterarse de la gran cantidad de tropas que se estaban reuniendo en Inglaterra y Escocia.
Por ello, había que idear alguna estratagema para que los alemanes dispersaran sus fuerzas a lo largo de toda la costa norte Así, y según añade Gilbert, «el 26 de febrero, Eisenhower emitió una directiva de alto secreto sobre el plan de engaño diseñado para convencer a los alemanes de que Normandía no era el único destino aliado».
De esta forma, se estableció que harían creer a los nazis que el grueso de las tropas desembarcaría en el Paso de Calais, un punto ubicado a unas decenas de kilómetros de Normandía. «Los aliados tuvieron que buscar una manera de amenazar el Paso de Calais antes, durante, y después de la invasión verdadera para distraer el esfuerzo defensivo. Si la amenaza fuera creíble, Hitler no pensaría que era seguro mover sus reservas hacia Normandía», determina Justino Balboa en su libro «Los grandes enigmas de la Segunda Guerra Mundial».
«Desarrollaron un plan llamado Operación Fortaleza, por el cual se crearía la ficción de un gran ejército fantasma, dividido a su vez en dos comandos, uno con base en Escocia para insinuar una invasión por Noruega, y el otro en East Anglia y el sudeste de Inglaterra, para hacer pensar a los alemanes en el Paso de Calais», completa el autor.

El ejército fantasma

Urdido el engaño sólo faltaba ponerlo en práctica. Para ello, primero se formó oficialmente el ejército fantasma, el cual recibió el imponente nombre de Primer Grupo del Ejército Estadounidense (FUSAG en sus siglas en lengua inglesa). A continuación, se reclutó a sus integrantes, los cuales fueron principalmente actores, expertos en efectos especiales (los de la época), guionistas, especialistas en comunicación y, finalmente, un par de unidades militares reales para dar más credibilidad al engaño si fuera necesario.
Así, en los emplazamientos establecidos empezaron a edificarse auténticos campamentos militares falsos y que no contenían más que aire. «En el interior de las tiendas no había un solo soldado, los cajones de madera no guardaban ninguna bala, los bidones no contenían ni gota de gasolina», completa el investigador Larry Collins en su obra «Los secretos del Día D».
A su vez, las autoridades militares encargaron la construcción de réplicas de tanques Sherman exactamente iguales a los reales y piezas de artillería de campaña. Este material de atrezo se fabricaba en principio de madera por parte de carpinteros experimentados, no obstante, terminó haciéndose de caucho para ahorrar tiempo y dinero.
«Al cabo de un mes, empezaron a llegar a Inglaterra grandes cantidades de tanques Sherman junto con camiones Dodge y piezas de artillería de campo ligera y pesada ¡Y llegaban en paquetes del tamaño de una maleta! (…) Sin embargo, una vez hinchados con un compresor de aire, se convertían en imitaciones tan perfectas que incluso tenían remaches en las torretas», añade Collins.

Un ardid muy completo

Pero el ardid no acabó en ese punto, ya que los militares pensaron hasta en el más mínimo detalle para que los aviones de reconocimiento nazis mordieran el anzuelo al sobrevolar los campamentos. De hecho, y como los vehículos falsos no dejaban huellas al moverse, se encargó a los soldados que realizaran surcos en la tierra similares a los que hacían las orugas de los blindados.
«Se pensó en todo (…), Muchos sacerdotes locales de East Anglia escribieron a los periódicos locales quejándose del “mal comportamiento” de las tropas extranjeras. El departamento de heráldica del ejército estadounidense diseñó y fabricó todo tipo de insignias y distintivos de hombro de las divisiones fantasma para que los soldados de permiso los lucieran bien visibles», añade en su texto Balboa.
Tal fue la precisión en la mentira que se encargó a un grupo del Cuerpo de Señales del Ejército que emitiera por radio todo tipo de mensajes (codificados y sin codificar) simulando desde órdenes, a falsas notificaciones que informaban de la llegada de unidades extranjeras. Además, y como completa el autor, los campamentos fantasma recibieron también las visitas del rey Jorge VI y del alcalde de Dover.

La puntilla final

Sin embargo, la puntilla final de este engaño y lo que probablemente terminó de convencer a los alemanes de que el ejército fantasma era real fue el comandante al que se le otorgó el curioso honor de dirigir al FUSAG: George Patton. La elección no podía ser más acertada, pues este oficial tenía una hoja de servicio lo suficientemente reseñable como para generar cierto respeto en los nazis.
Tomada la decisión, se encargó al militar que realizara una gira europea en la que fue ampliamente fotografiado. «El 26 de enero de 1944, Patton fue finalmente llevado a Inglaterra (…) para comandar el ficticio FUSAG. (…) Así pues, la fuerza denominada coloquialmente Grupo de Ejércitos de Patton, tan preocupante para Hitler, era sólo un ejército fantasma», determina Balboa.

El FUSAG el Día D

Finalmente, y a sabiendas de que los alemanes habían mordido el anzuelo, sólo quedaba poner en práctica la última parte del plan: hacer creer a los nazis el propio Día D que recibirían tres grandes ataques en varios puntos de la costa norte de Francia. Para ello, la noche del 5 de junio (pocas horas antes de la invasión), se preparó a varias unidades con el fin de simular la movilización de una ingente cantidad de hombres y barcos.
«(Varios) bombarderos (…) lanzaron (…) tiras de aluminio para simular en la pantalla de los radares la aproximación de un convoy invasor a la costa del Cap dŽAntifer (…). Esta medida fue acompañada de una artimaña naval consistente en utilizar lanchas a motor y torpederos que arrastraban globos reflectantes, para que en el radar parecieran grandes buques», puntualiza el investigador y escritor Antony Beevor en su libro «El Día D. La batalla de Normandía».
La operación funcionó a la perfección, pues los alemanes enviaron instantáneamente notificaciones informando de que en Calais y Dunkerque (una ciudad portuaria alejada de Normandía) se esperaba la llegada de una gran flota aliada. De hecho, el anzuelo fue mordido de tal manera que incluso dispararon contra la flota fantasma del ejército invisible. Tras este engaño comenzó el sangriento desembarco de Normandía pero, como se suele decir, eso ya es otra historia. 

Vía| ABC

viernes, 24 de mayo de 2013

El Reino Unido pagó a España para que no participase en la Segunda Guerra Mundial

El servicio de inteligencia MI6 del Reino Unido sobornó a altos mandos militares españoles para intentar evitar que España se uniera al bando alemán en la II Guerra Mundial, según documentos oficiales británicos ahora desclasificados. El Reino Unido destinó durante la contienda hasta 14 millones de dólares, equivalentes a 200 millones de dólares actuales (155 millones de euros), tanto a militares pertenecientes al círculo de Francisco Franco como a armadores y a espías españoles.

La información, desclasificada por los Archivos Nacionales y recogida por los periódicos The Guardian y The Times, revela que el dinero se envió desde una cuenta de un banco suizo en Nueva York a iniciativa del embajador británico en Madrid, Samuel Hoare. Los pagos se gestionaron a través del empresario español Juan March, que había trabajado como agente doble británico durante la I Guerra Mundial, y se destinaron, entre otros, al hermano del dictador español, el oficial de la marina Nicolás Franco.

Hoare demandó, en junio de 1940, un primer pago de un millón de dólares "sin retraso" al Ministerio de Exteriores británico (Foreign Office), al que instaba a hablar con el primer ministro, Winston Churchill, en caso de duda. La urgencia de Hoare respondía a su convencimiento de que, si no se enviaba el dinero, habría un peligro real e inmediato de que España dejara de lado su posición neutral y Franco decidiera alinearse con las fuerzas de la Alemania nazi. "La entrada de España en la guerra dependerá de la rapidez de nuestra acción", se lee en uno de los telegramas en los que el diplomático insistía en el carácter "crítico" de la situación y advertía: "No puedo malgastar tiempo en explicar la posición con detalle".

Según los documentos desclasificados, Hoare aseguraba que con el dinero británico se había procedido también a arrestar a personas que conspiraban para persuadir a Franco de participar en la guerra al lado de los alemanes. Pese a que algunos oficiales británicos manifestaron sus dudas ante la operación, como el entonces ministro de Guerra y futuro primer ministro Anthony Eden, finalmente Hoare consiguió convencer a Churchill y al Gobierno en Londres.

Asimismo, la información desclasificada incluye un mensaje confidencial del entonces ministro de Exteriores, lord Halifax, en el que da cuenta de la existencia de contactos con "guerrillas" por si España sufría una invasión por parte de Alemania. "Por favor, quema esta carta cuando la hayas leído", indicaba el titular de Exteriores a Hoare, algo que finalmente no sucedió. Más tarde, los agentes británicos harían contacto en Lisboa con republicanos españoles (llamados "rojos" en los documentos), una decisión que preocuparía tanto a Churchill como a su ministro de Economía de Guerra, Hugh Dalton. 

martes, 7 de mayo de 2013

Detenido un trabajador de Auschwitz por presunta complicidad con los nazis

La Fiscalía de Stuttgart anunció la detención de un ex trabajador del campo de exterminio nazi de Auschwitz, de 93 años, por su presunta complicidad en las muertes de los allí confinados. La fiscalía asegura tener "fuertes sospechas" de que el hombre, lituano de nacimiento y residente en Alemania desde hace 30 años, pudo haber trabajado como capataz en Auschwitz (en territorio polaco) entre 1941 y el momento en el que los aliados desmantelaron el campo de exterminio, a principios de 1945.

El detenido, en la lista de los diez criminales nazis más buscados, había reconocido anteriormente su presencia en el campo, pero exclusivamente como cocinero. No obstante, la Oficina Central Investigadora de los Crímenes del Nacionalsocialismo en Alemania ha obtenido en el último año dos importantes indicios en su contra, según la fiscalía. En consecuencia, la fiscalía está en la actualidad preparando una acusación formal contra el sospechoso por un presunto delito de complicidad en la muerte de los confinados en el campo. Según la información difundida en varios medios, el arrestado pertenecía a la división de las tropas de asalto SS destinada a la vigilancia de los campos de concentración y exterminio nazis.

En 1956, el arrestado emigró a Estados Unidos, en donde trabajó en una empresa que fabricaba guitarras hasta que en 1982 le fue denegado el permiso de residencia tras descubrirse su pasado nazi. A continuación se trasladó a Aalen (suroeste de Alemania) en donde ha residido hasta la fecha.

El detenido es uno de los aproximadamente 50 nonagenarios que la Oficina Central Investigadora de los Crímenes del Nacionalsocialismo en Alemania se propone llevar ante la Justicia por presunta complicidad con el régimen nazi en su calidad de vigilantes del campo de exterminio de Auschwitz. Este organismo quiere seguir en este procedimiento el modelo del proceso judicial seguido entre 2010 y 2011 contra el ucraniano John Demjanjuk. Tras un largo proceso, Demjanjuk, que vivía en Canadá desde hacía décadas, fue extraditado a Alemania y condenado a cinco años de cárcel por complicidad en la muerte de casi 30.000 judíos en el campo de exterminio de Sobibor, en la Polonia ocupada.

El juicio contra Demjanjuk, muerto unos meses después de escuchar sentencia, estuvo lastrado por el estado de salud del procesado, quien asistió a las vistas en silla de ruedas o en una camilla y se pronunció sobre los cargos imputados a través de sus abogados. Según los historiadores, en el campo de exterminio de Auschwitz fueron asesinados unos dos millones de personas, en su mayoría judíos.