martes, 21 de junio de 2011

La Batalla de Inglaterra, con mapas

Finales de junio de 1940. Francia, poco después de la evacuación anglo-francesa de Dunkerque, acaba de sucumbir ante el empuje arrollador de las tropas alemanas. Bélgica y Holanda son territorios ya ocupados, al igual que Dinamarca y Noruega. En el este, ocupada también Polonia, la guerra relámpago (Blitzkrieg) se encuentra a las puertas de la Rusia de Stalin, un aliado coyuntural por el pacto Ribentropp-Molotov de 1939. En apenas diez meses, el Reich se ha quedado prácticamente sin rivales en Europa. Sólo la vieja y orgullosa Inglaterra, al otro lado del canal de la Mancha, prácticamente a tiro de artillería de las divisiones alemanas instaladas en suelo francés, se perfila como una amenaza para los planes expansionistas de Hitler.

Invadir Inglaterra ha sido un objetivo ambicionado a lo largo de la historia por muchos. También por el régimen nazi. Hitler, al poco del inicio de la guerra mundial, ya enfatizaba en sus directivas: "La derrota inglesa es esencial para nuestra victoria"; y, meses después: "El objetivo es aniquilar a Inglaterra, nuestro principal enemigo". Dominar la Isla garantizaba dos aspectos trascendentales para el devenir de la guerra: por un lado, librarse del último rival de entidad en Europa y poder concentrarse en otros frentes, y por otro, evitar su utilización como base de lanzamiento para un eventual contraataque aliado. Por ello, no es extraño que en fechas tan tempranas como la primavera de 1939 ya existieran proyectos para asediar y someter a Inglaterra.



Todos estos planes requerían como elemento indispensable para la invasión eliminar la resistencia de la Royal Air Forcé (RAF) y conseguir la completa superioridad aérea, algo que, a la vista de las victorias alemanas ante los aparatos británicos sobre suelo francés (donde la RAF, que acudió en defensa del aliado agredido, perdió más de 300 aviones), parecía al alcance de la Luftwaffe. Los mandos alemanes, con el Führer a la cabeza, estaban convencidos de que si caía la RAF, con el Ejército de Tierra británico aún recuperándose de las heridas de Dunkerque y con una Royal Navy (la Marina inglesa) sin protección aérea y acosada en el canal de la Mancha por los aviones y los submarinos alemanes, la invasión sería perfectamente asumible.

Desde el otro lado del canal, la acometida alemana se consideraba inminente, así como la soledad con que el país tendría que afrontarla. Winston Churchill, reciente sustituto de Neville Chamberlain como primer ministro, no dejaba de advertirlo en sus intervenciones radiofónicas: "La batalla de Francia ha terminado. Creo que pronto empezará la batalla de Inglaterra. De ésta dependerá la existencia de la civilización cristiana [...]. Hitler sabe que tendrá que destrozar al pueblo de esta isla o perderá la guerra". Churchill animaba a su pueblo a prepararse para el ataque mientras rechazaba una y otra vez las propuestas de paz de Hitler. Las fuerzas aéreas que librarían el inevitable duelo sobre los cielos británicos partían de una situación muy desigual. La Luftwaffe, reorganizada en secreto desde el fin de la primera guerra mundial, había alcanzado la aureola de invencibilidad tras destrozar sin gran oposición a las aviaciones de Francia, Polonia y demás países conquistados, y estaba considerada como la fuerza aérea más potente del mundo. Bajo el mando de Hermann Góring, estaba equipada con modernos aviones de combate, con tácticas avanzadas y con pilotos (experimentados en la guerra mundial y en la guerra civil española) que ya habían batido a la aviación inglesa sobre Francia. Su superioridad de tres a uno en número de aparatos modernos sobre la RAF hacía a Goring jactarse de que la Luftwaffe destrozaría a las Fuerzas Aéreas británicas en apenas cuatro días. Y así se lo hacía saber al propio Hitler. Su único inconveniente era que debía combatir lejos de sus bases (en Francia, Bélgica, Países Bajos y Noruega), al otro lado del canal.



La RAF, desde luego, estaba en una situación más precaria. Tras luchar por su existencia como ejército autónomo en el período de entreguerras, su tan necesitado plan de modernización había sido más lento de lo deseado por sus mandos. Sólo a partir de 1936, cuando se conoció el alcance del rearme de la Luftwaffe y se sintió el peso de la amenaza, hubo conciencia en el gobierno de la necesidad de dar prioridad a la producción de aviones de caza, necesarios para librar una batalla defensiva, frente a los bombarderos, considerados como arma ofensiva. Entre aquéllos figuraban los Hurricane y Spitfire, cuyas primeras unidades, sin embargo, no comenzaron a entrar en servicio hasta 1938.

El plan integral para la defensa aérea fue puesto en manos del nuevo Fighter Command (Mando de Caza). Su jefe, el mariscal Hugh Dowding, organizó un sistema defensivo dividido en grupos (10, 11, 12 y 13) y sectores territoriales, cada uno con salas de operaciones enlazadas con el Mando de Caza, que centralizaba la información, y con la flexibilidad suficiente para transferir a las zonas más vulnerables cazas y pilotos de otros sectores menos amenazados, algo que no siempre se cumplió. También decidió confiar en un nuevo invento, el radar, cuya aplicación militar apenas había sido probada, para prever con antelación por dónde llegaría la amenaza, eliminando el factor sorpresa y respondiendo con rapidez y eficacia.

Dowding tuvo que organizar las potencialidades y carencias británicas (meses antes de la batalla poseía apenas 40 escuadrones de los 52 que había reclamado y disponía de una defensa antiaérea insuficiente) para hacer frente a un enemigo numéricamente superior (casi 2.000 bombarderos y cazas alemanes frente a apenas 700 cazas británicos en el mes de julio) y con una moral muy elevada por sus rápidos triunfos en Europa.

Los planes de Hitler pasaban por una rápida victoria aérea de la Luftwaffe -se calculaba que necesitaría de dos a cuatro semanas para ello- y la ocupación militar de la isla "para evitar que desde allí se prosiga la guerra contra Alemania", según escribió en su directiva número 16 de julio de 1940. Era un objetivo estratégico lógico, si se tiene en cuenta que el líder nazi ya comenzaba a volver sus miras hacia la gigantesca y, por el momento, amiga URSS, su gran rival en el este. De este planteamiento nació la operación Seelowe (León Marino), un plan de desembarco de entre 20 y 40 divisiones alemanas en Inglaterra cuya preparación fue encomendada a los estados mayores.

Tanto el Ejército como la Kriegs-marine (la Marina alemana) coincidían en la necesidad de lograr la superioridad aérea en el sudeste de Inglaterra (la zona más cercana al canal de la Mancha) antes de lanzar cualquier iniciativa de invasión. Sin embargo, discreparon desde el principio sobre el lugar, la amplitud del frente de ataque y el número de divisiones a transportar en barcazas al otro lado del canal. El Ejército se mostraba más optimista que la Marina. Gó-ring, por su parte, desdeñaba esos planes y creía que Inglaterra se rendiría ante la agresión de la Luftwaffe. La ejecución final de la operación León Marino quedó, por tanto, supeditada al éxito de las Fuerzas Aéreas.
Mientras se aceleraban estos preparativos, los cazas y bombarderos de las Luftflotten (flotas aéreas) II y III, estacionados en aeródromos de Bélgica y Países Bajos y de Francia, respectivamente, llevaban días haciendo incursiones sobre la zona del canal. Su misión era atacar a los convoyes aliados y buques de la Royal Navy, para obligar así a la RAF a entablar una batalla abierta. El "Stu-ka", famoso por sus bombardeos en picado en las campañas del continente, se distinguió al hundir varios cargueros y destructores británicos.

Ante el reto germano, Dowding prefirió dejar a la Marina Real sin cobertura y afrontó las incursiones enemigas con pequeñas formaciones de Hurricane y Spitfire. El responsable del Mando de Caza intuía que sería una guerra de desgaste y optó por reservar su limitado material y evitar el agotamiento de sus pilotos, para poder mantener las operaciones a una intensidad que permitiera continuarlas durante largo tiempo. Esta débil oposición aérea inicial facilitó a la aviación alemana el control sobre el canal e hizo pensar a los mandos del ejército nazi que la RAF estaba prácticamente acabada. Góring insistía en que, con cuatro días seguidos de buen tiempo, liquidaría los 400 o 500 cazas con que creía que contaba la RAF.

La segunda semana de agosto fue el momento elegido por los alemanes para desencadenar el Adleran-griff (ataque del águila), la ofensiva aérea que debía destruir el potencial de la RAF, "reduciéndola moral y físicamente, para que no pudiera realizar acciones de importancia en el canal", y así someter a Inglaterra. El objetivo de Goring era concentrar los ataques de la Luftwaffe contra los aeródromos de vanguardia y las instalaciones de la RAF en la zona sudeste y contra las fábricas aeronáuticas, para después ampliar el radio de acción hacia el oeste y el norte. Ya que la RAF eludía el combate en el aire, ahora se trataba de destruirla en tierra.



El 15 de agosto, tras un intento parcialmente abortado dos días antes por el mal tiempo, la Luftwaffe lanzó por primera vez a sus tres Luftflotten (la II y la III desde Francia y Bélgica, en dirección sudeste, y la V desde Noruega y Dinamarca, en dirección nordeste) en lo que debía ser el primero de los cuatro días en que la RAF fuese derrotada. Una media de 1.500 cazas y bombarderos participaron, tanto esa jornada como las sucesivas, en oleadas diurnas y nocturnas contra los aeródromos del sur y el sudeste que defendían Londres (Hawkinge, Lympne, Manston...) y contra las fábricas aeronáuticas Supermarine (en Southampton, donde se fabricaba el Spitfire), Hawker (al oeste de la capital, donde se fabricaba el Hurricane) y otras en Rochester y Plymouth, lo que causó graves daños a la operativi-dad de la RAF. En el oeste, la ofensiva estaba dirigida contra otras instalaciones y aeródromos británicos.
El radar, que los alemanes creían haber puesto fuera de combate en la fase anterior de la batalla, se reveló como un instrumento útilísimo para localizar con anticipación las grandes concentraciones de aviones que se agrupaban sobre Francia para cruzar el canal. Otra cuestión era qué respuesta podía darse a las oleadas de la Luftwaffe.

El Grupo 11, sobre el que se centraban casi todos los ataques alemanes, tuvo que llevar el peso de la defensa con apenas 16 escuadrones de Spitfire y Hurricane (unos 250 aparatos). La orden, siguiendo la política de economía de medios de Dowding, era atacar en pequeños grupos de entre seis y nueve aviones sólo cuando se tratara de formaciones de bombarderos -lentos y muy vulnerables, pero que eran la principal amenaza-. Se evitaba, aunque no se rehuía, el enfrenta-miento con los más rápidos Me-109, cuya autonomía apenas les permitía permanecer más de veinte minutos sobre suelo inglés. Los pilotos alemanes, y su propio comandante en jefe, interpretaron esta actitud como una negativa de la RAF a entablar combate. En definitiva, como una muestra de debilidad.

En el nordeste, el raid de la Luft-flotte V, pobremente defendida por sus cazas y localizada anticipadamente por el radar, fue desbaratado el primer día por un enjambre de aviones del Grupo 12, que operaba con mayores formaciones que el 11. Esta flota aérea alemana sufrió tantas pérdidas que en adelante dejó de tener una actuación significativa.

Pero en las zonas sur y sudeste, donde los Spitfire y Hurricane del Grupo 11 apenas podían contener las continuas oleadas de los bombarderos alemanes sobre la infraestructura de la RAF, la situación se hizo insostenible en pocos días. Los cazas británicos derribaban un buen número de bombarderos y combatían de igual a igual con los Me-109 (sobre todo el Spitfire). Sin embargo, los daños causados por la lluvia de bombas en los aeródromos de primera línea, los centros de mando y las salas de operaciones habían puesto la operatividad del Mando de Caza al borde del colapso a finales de agosto. La pérdida de aparatos británicos se paliaba con el acelerón dado por la industria aeronáutica a la producción de cazas, aunque los pilotos (unas 115 bajas a la semana, entre muertos y heridos) eran más difíciles de reemplazar. Dowding resistía las presiones para retirar los cazas del sudeste y concentrarlos más al norte, lo que hubiera facilitado una invasión cuyos preparativos ya eran visibles al otro lado del canal. "Poco sabía Alemania lo cerca que estaba de la victoria en aquellos días", escribió en sus memorias Keith Park, vicemariscal al mando del Grupo 11. Como ocurre muchas veces en la historia, un simple hecho, casi anecdótico, contribuyó a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Una decena de bombarderos alemanes que habían perdido su rumbo descargaron en la madrugada del 25 de agosto unas bombas sobre la city londinense, causando una gran conmoción popular. Fue un error, porque la Luftwaffe tenía vedado atacar las ciudades inglesas, pero este error, "uno de los mayores de la historia", según The New York Times, desencadenó una represalia nocturna de bombarderos británicos autorizada por Churchill sobre unas factorías de Berlín. Apenas produjo daños, pero la agresión aterrorizó al atónito pueblo alemán y encolerizó a Hitler de tal modo que ordenó a la Luftwaffe dejar de lado los aeródromos del sur para lanzar represalias sobre Londres y las grandes ciudades inglesas. Con ello, argumentó, no sólo se socavaría la moral inglesa, sino el Mando de Caza se vería forzado a defender Londres con cazas de otras regiones, que quedarían mal defendidas y podrían ser atacadas. Este trascendental cambio de táctica, lejos de ser discutido, fue aceptado por Goring, quien, como Hitler, veía la victoria final a su alcance. Pero hubo militares, como el general Theo Osterkamp, que no evitaron criticarlo: "Estando a un paso de la victoria, vi parar en seco la batalla decisiva por la supremacía aérea, porque los altos mandos prefirieron la ofensiva sobre Londres". Los bombardeos de represalia sobre Londres (la llamada operación Loge, en honor al dios del fuego wagneriano) se iniciaron el 7 de septiembre, poco después de otros similares sobre Liverpool. Tal como ocurrió 23 años antes con los bombarderos pesados Gotha y los zepelines, la capital inglesa sufrió el martilleo constante de las bombas alemanas, esta vez lanzadas desde los Heinkel, Dornier y Junkers, en especial de noche, cuando apenas eran detectables para los Blenheim y Defiant equipados con radar.



Los aviones alemanes sufrían cuantiosas pérdidas en sus enfrenta-mientos con los Spitfire y Hurricane, sobre todo en la ruta de regreso al continente -a menudo sin los cazas de escolta, con quienes no siempre podían comunicar-, pero era un precio que Goring estaba dispuesto a asumir para alcanzar la victoria.

Fueron los días sombríos del Blitz, de las sirenas de alarma y de los refugios en el metro, de las incansables actuaciones de la defensa civil londinense (médicos, enfermeros, bomberos, reparadores de gas y agua, patrullas...), de la solidaridad a pie de calle de la familia real con los londinenses y de la inmensa capacidad de sacrificio de un pueblo que se resistía a sucumbir. También fueron los días de la psicosis de invasión. Y es que los preparativos de la operación León Marino, con concentraciones de barcazas, pertrechos y divisiones al otro lado del canal, eran cada vez más perceptibles. Incluso había fijada una fecha: el 21 de septiembre. La posibilidad de un desembarco en la isla nunca fue tan real desde 1066, cuando Guillermo el Conquistador cruzó el canal con sus normandos y derrotó al rey sajón Harold en Hastings. Hasta el propio Churchill advertía por la BBC de la inminencia de la invasión.

Pero el cambio de táctica alemán fue decisivo para la suerte de la batalla. La repentina falta de presión alemana sobre la infraestructura meridional de la RAP', junto con varios días de mal tiempo que limitaron los ataques alemanes, constituyó un enorme alivio para el Mando de Caza, que tuvo tiempo para reparar los desperfectos en los aeródromos del sur y recomponer sus líneas de comunicaciones y las salas de operaciones. También permitió el descanso de los pilotos, sometidos a una presión diaria difícilmente soportable de despegues y combates continuos, y ahora refrescados por profesionales polacos, checos o canadienses (exiliados unos, colaboradores otros).

Por otro lado, el sistema de producción y reparación de lord Beaver-brook proporcionaba casi 160 cazas a la semana, fundamentalmente destinados a los escuadrones del Grupo 11, con lo que no sólo cubría las bajas con una celeridad que los alemanes jamás alcanzaron, sino que fortalecía enormemente su potencial. Esta nueva situación permitió a Dowding variar su táctica. Comenzó a enviar al cielo formaciones de cazas cada vez mayores para hacer frente a las enemigas. Estas se acercaban invariablemente por los mismos pasillos aéreos, prácticamente ajenas a la trascendencia del radar para la defensa.

El 15 de septiembre, una jornada que fue seguida por Churchill y su esposa desde la sala de operaciones del Grupo 11, en Uxbridge, más de tres centenares de Spitfire y Hurricane, actuando en escuadrillas emparejadas, se lanzaron sobre las nutridas formaciones alemanas avistadas por el radar que transportaban su carga mortífera hasta Londres. Abatieron en las incursiones de ese día más de 60 Heinkel, Dornier y Junkers (objetivo de los Hurricane) y, en menor medida, de Me-109 de escolta (objetivo de los Spitfire). En un solo día se derribó casi una cuarta parte de los aviones perdidos por la Luftwaffe en todo el mes de septiembre. Fue un triunfo de la RAF en toda regla, que desde entonces se conmemora como el día de la victoria. Y también una derrota sin paliativos para la Luftwaffe, cada vez más exhausta por la sangría de aviones y pilotos, la duración de la campaña, la dificultad de combatir sobre territorio enemigo y la tenaz resistencia de la RAF, que tenía muchos más cazas de los que decía la inteligencia alemana.

Por aquel entonces era aún difícil sospechar que el equilibrio de fuerzas se estaba inclinando definitivamente del lado británico. En Berlín, no obstante, Hitler advirtió con realismo que la superioridad aérea prometida por Goring estaba lejos de conseguirse tras diez semanas de combates. Por ello, dos días después de la derrota de la Luftwaffe aplazó la operación León Marino. En realidad, fue la muerte definitiva del sueño de invadir Inglaterra. El asedio, sin embargo, no había terminado. La derrota del 15 de septiembre, seguida de otras en días posteriores, obligó a Goring a variar de nuevo la estrategia. Sus aviones se concentraron de nuevo en el bombardeo contra las fábricas aeronáuticas (Southampton, Bristol.) y se pusieron en práctica nuevas tácticas para dificultar la interceptación inglesa. El Me-109, gracias a un elevado techo que impedía su localización por el radar, fue utilizado como bombardero; se intercalaron formaciones de cazas con otras de bombarderos (el radar no distinguía el tipo de avión) para sorprender a los cazas británicos^; Londres siguió siendo un objetivo, aunque los ataques contra la capital se espaciaron en el tiempo.

No obstante, la RAF, fortalecida por sus victorias y por la continuada afluencia de nuevos cazas a sus escuadrones, demostraba un poderío hasta entonces desconocido. No sólo devolvía golpe por golpe, sino que había recuperado la iniciativa aérea. Así lo reconoció ante Goring el propio Adolf Galland, as de la aviación alemana, y así lo reflejaban las estadísticas: desde el viraje decisivo del 15 de septiembre, las pérdidas en aparatos de la Luftwaffe doblaban las de la RAF.

Una sangría de aviones y pilotos in-asumible para la aviación del siempre optimista Goring que ya intuía que la victoria se evaporaba.

Con mucha menos intensidad que en agosto y septiembre, y debido también al mal tiempo, la batalla continuó a lo largo de octubre. Fue un mes en que la Luftwaffe, al amparo de la noche -que impedía su interceptación por los cazas-, lanzó bombardeos devastadores sobre ciudades como Londres, Birmingham o Coventry y sobre centros industriales.

Estos ataques de castigo, realizados por formaciones de aviones mucho menores que las de meses anteriores, producían grandes daños materiales y numerosas víctimas entre la población civil. Sin embargo, eran prácticamente irrelevantes desde el punto de vista militar y apenas disimulaban una realidad incontestable: que los magníficos Spitfire y Hurricane ostentaban ahora el dominio de los cielos ingleses. El propio Hitler prestaba cada vez menos atención a Inglaterra y preparaba ya las siguientes fases de la guerra, que llevaría a los Balcanes y al norte de África.

Los bombardeos nocturnos se prolongaron durante el difícil invierno de 1940-41 (particularmente brutal fue el lanzado el 14 de noviembre sobre Coventry), pero la batalla de Inglaterra, tradicionalmente encuadrada en la historia entre los meses de julio y octubre, había sido definitivamente ganada por la organización y la resistencia de la Royal Air Forcé. La derrota de la Luftwaffe fue el primer revés serio que recibieron los ejércitos de Hitler, señores y dueños de media Europa en 1940. Los propios mandos británicos sostienen que si la Luftwaffe hubiera continuado en aquellos días críticos de agosto con la estrategia de destruir los aeródromos del sur y sudeste y las fábricas areonáuticas, la defensa aérea meridional inglesa se habría desmoronado. Keith Park habla incluso de que la Luftwaffe, "con su cambio de táctica, arrojó la victoria por la borda". Y esa victoria probablemente habría propiciado la invasión alemana de la isla, con unas consecuencias difícilmente predecibles.

El triunfo hubiese dejado al Reich las manos libres en toda Europa, sin tener que preocuparse de su retaguardia, para dedicar mayor esfuerzo bélico al siguiente objetivo: la URSS. Sin embargo, los cambios tácticos de Hitler y Goring, junto a la continuada resistencia de los pilotos británicos y el Mando de Caza, impidieron ese sombrío escenario para la causa aliada.

Gracias a la victoria de la RAF, Inglaterra mantuvo su aislamiento y desde sus dominios se prepararon, primero en solitario y luego con los estadounidenses, los sucesivos golpes contra el poder nazi. De allí salieron las tropas que derrotaron al Afrika-korps en el norte de África, los convoyes para ayudar a Rusia, los bombarderos que destruyeron las principales ciudades alemanas y la invasión del continente por Normandía que supuso el principio del fin de la Alemania de Hitler. Son argumentos que permiten elevar la batalla de Inglaterra a la categoría de una contienda que alteró el curso de la historia.

Fuente| Historia y Vida

No hay comentarios :

Publicar un comentario