lunes, 17 de mayo de 2010

Berlín topografía el terror nazi


La capital alemana estrena un simbólico centro histórico y cultural que ocupa buena parte del solar que albergó en su día las sedes centrales de la Gestapo y las SS, dos de las más infaustas instituciones del régimen hitleriano.

Berlín es una antigua gran capital que solo tiene 60 años de vida. Completamente destruida en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la urbe alemana, hasta hace no tanto dividida en dos partes, ha sido reconstruida a tirones, con una tan atípica como subyugante falta de hilván que la convierte en algo especial.

Con eso y con todo, si algo llamaba la atención del visitante era un enorme solar, de casi cinco hectáreas que, poblado solo por hierbajos y unos pocos árboles, ocupaba una de las mejores ubicaciones del centro. No se trataba de falta de ambición urbanística, sino de un simbólico descampado mantenido por los alemanes como doloroso recordatorio del régimen hitleriano, que allí había erigido dos de sus símbolos más funestos: las sedes centrales de la Gestapo y las SS, que fueron demolidas hasta los cimientos al término de la contienda y en cuyo lugar no se quiso erigir nada. De hecho, tan golosa parcela estaba hasta hace poco ocupada solo por una tejavana bajo la cual se exhibían fotografías alertando de lo que allí sucedió.
Ahora las cosas son muy distintas tras la apertura del centro de documentación Topografía del Terror, un sobrio edificio de forma rectangular, que ocupa buena parte de lo que fueron los calabozos de aquél Estado genocida.

«Esto no es un monumento más ni un lugar para rendir homenaje a las víctimas del nazismo, es un lugar al que venir a aprender», explicaba Andreas Nachama, director de la Fundación Topografía del Terror, durante una visita previa a la inauguración del centro por el presidente alemán, Horst Köhler.

ni homenaje, ni constancia. Para recordar a los seis millones de judíos asesinados por el nazismo está, a unas pocas manzanas, el monumento a las víctimas del Holocausto, un gigantesco patio de bloques de hormigón diseñado por Peter Eisenmann, de cuya inauguración se cumplen ahora cinco años.

Y para documentar el destino de ese colectivo, al que el nazismo pretendió exterminar, está asimismo en el corazón de Berlín el edificio en zigzag del Museo Judío, obra de Daniel Libeskind.

Las líneas frías del centro, obra de la berlinesa Ursula Wilms, están estilísticamente muy alejadas del fuerte simbolismo que encierra el laberinto de Eisenmann, junto a la Puerta de Brandeburgo, o del tortuoso discurrir del museo del estadounidense.

«Es funcional, como lo es también el cometido del centro de documentación que, además de exposiciones, albergará una biblioteca y archivos abiertos a la investigación», explica Nachama, sobre el edificio en cuya construcción se invirtieron 19 millones de euros. Se trata de una versión abaratada del concepto diseñado en 1993 por el suizo Peter Zumthor, consistente en dos inmensas torres para las que se calculó un presupuesto de 25 millones de euros, que luego se amplificó a 39 millones y que finalmente se vino abajo -también en el sentido literal-: las autoridades berlinesas ordenaron en 2004 su demolición, por inviabilidad del proyecto.

De aquellas dos grandes moles se pasó a un rectángulo gris, de una sola planta -más dos niveles bajo tierra- acristalado, que para Nachama remite a las líneas de la purista Bauhaus.

Tan discreto envoltorio pretende evocar el aparato del terror contenido entre la Gestapo, las SS, la cancillería de Hitler y el ministerio de Aviación.
La exposición interior se hace eco de la maquinaria del poder que gestó no solo el plan de exterminio de los judíos, sino también del resto de colectivos de víctimas del nazismo -gitanos, homosexuales, disidentes...-.

«Los historiadores no solemos notar eso que otros llaman energía negativa de un lugar. Si no, no podríamos hacer nuestro trabajo», explica Nachama en alusión al pasado del solar y los obstáculos del proyecto, hasta llegar al edificio actual, alrededor del cual «se dejará crecer la hierba».
La historia de la Topografía del Terror empezó en 1987, con la inauguración de una exposición al aire libre junto a uno de los pocos fragmentos del Muro de Berlín
-«otro testigo de otro horror, de otra dictadura», al decir de Nachama- que queda en pie.
Junto a esa ruina se organizó bastante precariamente una muestra aprovechando algunos vestigios de los calabozos donde se torturó a unas 15.000 personas.
Ahora, parte del material se ha trasladado al interior del nuevo centro, a la espera de que se adecente de nuevo esa parte exterior de un solar que, pese a lo rudimentario de la vieja muestra, logró atraer a más de medio millón de personas al calor del magnetismo de lo maléfico.

Allí, en el número 8 de la entonces Prinz Albrecht Strasse, ahora Niederkirchnerstrasse, estuvieron entre 1934 y 1945 la sede de la Gestapo, en vecindad con el antiguo palacio prusiano donde Hitler instaló su centro de poder y otras dependencias del Tercer Reich.

De aquel complejo apenas quedó nada más allá del Ministerio de Aviación -hoy de Hacienda-, y el adyacente Martin Gropius Bau, actualmente uno de los museos con mejor programación de toda la capital.

3 comentarios :

  1. Los alemanes siempre tan juiciosos y consecuentes tras la guerra. No hay que ocultar nada sino enseñar lo que pasó a las nuevas generaciones para aprender del pasado y no volver a repetir los mismos errores.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Suscribo al 100% tus palabras Cayetano. Creo que son el espejo en el que muchos deberían mirarse.

    ResponderEliminar
  3. Lo siento pichi, tras investigar un rato no he encontrado nada. Dejame verlo con más atención a ver si encuentro algun enlace por ahi.

    ResponderEliminar