domingo, 28 de marzo de 2010

Retrato de Hitler adolescente


Un día de 1907, dos amigos salen de la ópera, en Viena. Acaban de ver 'Rienzi', una obra escrita y compuesta por Wagner sobre un líder en la Italia medieval que vence a la aristocracia y da el poder al pueblo. Uno de los dos amigos, bajo el influjo del drama contemplado -que han seguido de pie, apoyados en unas columnas de la sala, aguantando así las más de cuatro horas de la función- se dirige muy serio al otro. Con una pose que encaja mal con los 17 años de ambos, le dice que un día él también recibirá un mandato del pueblo para sacarlo de la servidumbre y llevarlo a las más altas cotas de libertad. El otro muchacho, que sólo ansía encontrar un empleo como músico, no termina de creer lo que ha oído. Su interlocutor quiere ser artista, seguramente pintor, rechaza las formas burguesas y propugna un estilo más sencillo y auténtico. Pero nunca hasta ahora le ha oído una proclama semejante. Treinta y dos años más tarde, en el entreacto de una función en Bayreuth, los dos hombres, ya cincuentones, hablan con Winifred Wagner, nuera del compositor, y recuerdan aquella escena de locura juvenil a la salida de la Ópera de Viena. Solo que la proclama se ha cumplido. El otrora joven visionario se dispone a llevar a cabo su sueño y sumir a la Humanidad en la mayor catástrofe nunca conocida. Su nombre es Adolf Hitler.

El amigo con el que el Führer compartió función de ópera fue la persona con quien tuvo más relación entre los 15 y los 19 años. Fueron casi como hermanos, sobre todo porque ninguno de los dos conocía esa figura (Hitler tenía solo una hermana con la que apenas se trataba). Mucho tiempo después, cuando el sueño milenario del Tercer Reich estaba sepultado por el peso de 60 millones de cadáveres, August Kubizek, que así se llamaba, escribió sus recuerdos de esa etapa adolescente. El libro, 'El joven Hitler que conocí' (Ed. Tempus), desvela el perfil de un joven tenaz, fantasioso, radical, ingenuo e irascible, que no ponía fácil adivinar en qué se convertiría.

Kubizek solo vio en dos ocasiones más a Hitler a partir del momento en que sus destinos se separaron, en 1908: la primera fue treinta años más tarde, y la segunda y última en el festival de Bayreuth, apenas unos días antes de que las tropas alemanas entraran en Polonia. En plena contienda, Kubizek, que acababa de afiliarse al Partido, recibió el encargo de escribir un libro con sus recuerdos juveniles. Como es obvio, le pedían un texto admirativo, un ejercicio de pleitesía en toda regla.
Cuando cayó Berlín, la obra no había sido publicada aún pero el original estaba terminado. Kubizek fue sometido a vigilancia por los aliados y el texto se salvó porque consiguió mantenerlo oculto. En 1953, vio por fin la luz, aunque Ian Kershaw, autor del prólogo a la presente edición, sostiene que hubo un 'negro' que se encargó de la redacción final. Sus argumentos parecen de peso, porque él pudo examinar el primer manuscrito y encontró que su estilo literario era más torpe y que destilaba una admiración por Hitler que está mucho más matizada en el libro.
Kubizek y Hitler se conocieron en un teatro de la ciudad austriaca de Linz en noviembre de 1904. Los dos adolescentes veían las funciones de pie porque las localidades eran mucho más baratas.

Un día, ambos comentaron algún aspecto de la obra. Luego, comenzaron a colocarse juntos e intercambiaban opiniones, pero pasaron semanas hasta que se presentaron. A Kubizek, aquel joven impaciente, que llevaba siempre un bastón negro, escribía poemas -se los leía a la menor oportunidad- y despreciaba la escuela y a los profesores, le llamó la atención. Con la perspectiva del tiempo, parece imposible que no fuera así. El retrato que se nos ofrece es el de alguien necesitado de hablar y de público que lo escuchara, que elaboraba verdaderos discursos sobre cualquier tema.

De vocación, artista

El joven Hitler quería ser artista y cuando se traslada a Viena -adonde le seguirá su amigo poco después- sufre su primera decepción al no ser admitido en la Escuela de Pintura. Un profesor le recomendó la de Arquitectura, dado que los ejercicios que había presentado a las pruebas de ingreso representaban en casi todos los casos edificios imaginarios. Pero había abandonado los estudios regulares antes de tiempo y no cumplía los requisitos necesarios para comenzar esa carrera.

Kubizek muestra a un Hitler absorbente -«era para mí como una docena de amigos ordinarios»-, de mala salud, semivegetariano, amante de los paseos y la naturaleza e inopinadamente serio para su edad. Desde niño vivía fascinado por los relatos sobre héroes germánicos y se mostraba abiertamente pacifista. La grandilocuencia arquitectónica del Reich estaba ya en su cabeza: antes de trasladarse a Viena, y con solo 17 años, dibujó un verdadero plan urbanístico para Linz, con nuevos puentes, palacios y edificios de viviendas para el pueblo.

Mostraba también una clara tendencia a no admitir que la realidad no se plegara a sus pretensiones. Como no le gustaba el nombre de pila de su amigo (August), lo llamaba sistemáticamente Gustav. O como no le tocó la lotería la única vez que compró un número y había hecho grandes y muy detallados planes para el dinero del premio, cogió un monumental enfado y arremetió contra el sistema y las autoridades.

Cuenta Kubizek que el futuro Führer empezó a interesarse por la política en Viena. Pero no participaba en partidos ni reuniones. Solo teorizaba continuamente. También era antimilitarista. Y dibujaba y escribía. Escribía a destajo: lo mismo textos políticos que obras de teatro. Incluso intentó componer una ópera -libreto y partitura- al estilo de Wagner, a quien admiraba de forma incondicional. Como apenas tenía formación musical, era su amigo quien trataba de dar forma a unas melodías que el joven Adolf aporreaba en el piano. Trabajó en ello ferozmente, sin descanso, sin apenas dormir por la noche, forzando a su amigo a estar junto a él todo el tiempo. Un amigo a quien, cuando lo llamaron para alistarse en el Ejército austro-húngaro, recomendó huir a Alemania. Tal era su antimilitarismo.

Cuando llegó a la cancillería, Kubizek le envió una carta de felicitación. Durante una visita a Linz, Hitler lo invitó a su residencia. Hacía 30 años que no se habían visto. Luego volvió a citarlo en Bayreuht, el siguiente verano. La obertura del drama de la guerra ya había empezado.

1 comentario :

  1. Sin duda alguna un personaje complejo, difícil, atormentado siempre pos su pasado y su historia personal, una figura polémica...
    Un saludo.

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