lunes, 28 de diciembre de 2009

Nazis en el País Vasco


No era casual. Ni raro. Era habitual que los soldados nazis se pasearan por Gipuzkoa entre 1940 y 1942. Principalmente por su capital, pero también por otros muchos pueblos. Por Hernani, por Zarautz, por Pasaia o por Azkoitia. Era frecuente ver alemanes uniformados, pero desposeídos de sus armas, por las calles de este territorio. Comían en sus terrazas y restaurantes, bebían en sus bares -eran asiduos a la cervecería Gambrinus de la calle San Martín de Donostia-, compraban en sus tiendas, se reunían en los locales del centro social alemán Viena-Praga de la calle Miracruz (también en la capital), visitaban sus lugares más turísticos y se relacionaban con sus gentes. En definitiva, pasaban su tiempo libre y participaban de la vida local a este lado del Bidasoa.

Los que apenas disponían de unas horas eran trasladados en camiones a Irun, Hondarribia y Donostia, donde se aprovisionaban de tabaco, fruta y conservas de pescado. Y los que, en cambio, disponían de un fin de semana de permiso, aprovechaban los dos días para cambiar de aires (a menudo eran alojados en casas particulares de la comunidad alemana de Gipuzkoa). Pero todos, en su conjunto, otorgaban al territorio un día a día muy distinto del que había habido hasta entonces. Una realidad que no se había vivido con anterioridad y que dejó un sinfín de escenas insólitas, como las que protagonizaron, en 1940, 1941 y 1942, los soldados y oficiales de las SS-Panzer-Division-Leibstandarte-Adolf Hitler que asistieron, invitados por el Ayuntamiento, a los alardes de Irun.

Lejos de lo que durante mucho tiempo se ha podido pensar, el Tercer Reich estuvo muy presente en Gipuzkoa. El territorio contaba con una comunidad alemana muy asentada -especialmente en su capital- incluso antes de la ocupación de Iparralde y la consumación de ésta no hizo sino arraigar más esas raíces. Además de acoger el consulado del partido nazi (primero en la actual Avenida de la Zurriola y después en la actual calle Arrasate), Donostia vio cómo se abrían en poco tiempo numerosos comercios de origen germano. Ópticas en muchos casos, pero también otros establecimientos, que lucían la esvástica en su escaparate y que, en algunos casos, colaboraban económicamente con la causa nazi.


Servicios de espionaje

Todo ello, en una ciudad en la que el entramado oficial y extraoficial era también importante. La presencia de cuerpos de los tres ejércitos alemanes y de las más altas esferas de la jerarquía hitleriana coincidía con la expansión de sus redes de información y propaganda y con los servicios de seguridad y espionaje. Formaban parte de un mismo todo. De hecho, esos sistemas clandestinos fueron claves en la posterior creación de la red de apoyo y refugio que, tras la capitulación alemana -y en colaboración con agentes locales, empresas y colaboracionistas- ayudó a huir a muchos criminales de guerra.

Cruzar el Bidasoa era parte del día a día de los alemanes destinados a Lapurdi. No en vano, tal como muestran las publicaciones Hendaia 1940 y Gipuzkoa 1940, del historiador Ramón Barea, era frecuente que los soldados se agolparan en la aduana a la espera del permiso necesario para atravesar la muga. Y era frecuente también que coches oficiales (entre ellos los de las Waffen SS, cuerpo de combate de élite) cruzaran el puente de Santiago con cargos de mayor rango en su interior. Era parte de esa vida diaria asentada en suelo labortano pero que, gracias a las buenas relaciones con el régimen franquista, incluía continuos desplazamientos a Hegoalde.


La villa Bi Ur Arte

Con ellos, los militares germanos abandonaban la rutina a la que habían dado forma en Iparralde durante sus horas libres. Abandonaban sus visitas a los pueblos de aquella costa, sus paseos por la playa y el boulevard de Hendaia y, sobre todo, la villa Bi Ur Arte de esta última localidad. Porque esa edificación, convertida en hogar del soldado desde mediados de 1940 y que cumplía también con las funciones de enfermería militar, se llevaba gran parte de las horas de asueto. Había sido acondicionada al bienestar de los soldados y contaba con estancias de usos diversos (entre otras, un comedor y una sala de billar). Además, su terraza y jardines propiciaban, en caso de buen tiempo, distendidas y prolongadas conversaciones bajo el sol, no sólo entre ellos sino también con alguna de las enfermeras de la Cruz Roja allí destinadas.

Pero no sólo éste fue lugar de referencia en los tiempos de la ocupación. No muy lejos de allí, sin salir de Hendaia, la cruz gamada que lucía en la fachada del hotel Euskalduna y los dos militares que flanqueaban su entrada evidenciaban que aquél era también un edificio importante para los nazis. Y lo mismo sucedía con otras construcciones del municipio. En realidad, éste era, en sí mismo, un referente por su condición de enclave fronterizo.


El mitín de La Perla

Por eso, los episodios significativos que en él y en su entorno se vivieron fueron muchos. Algunos de índole más militar (como los desfiles por las calles de Hendaia o la caída en su playa de un cazabombardero abatido por aviadores polacos), otros de carácter más político (caso del mitin del partido nazi celebrado en las instalaciones donostiarras de La Perla, en 1941) y los últimos de condición lúdica o festiva. No era extraño, por ejemplo, ver a militares jugando a cesta punta en uno u otro rincón de Euskal Herria, disfrutando de una tarde de toros en El Chofre o apostando a los caballos en el hipódromo, en ambos casos en la propia capital guipuzcoana.

Ésta, incluso, vio pasear a las juventudes hitlerianas el 30 de abril de 1941. Invitadas por sus homólogas españolas, mujeres de la sección femenina hitleriana (organización de estructura paramilitar, dirigida a jóvenes de entre 10 y 18 años y conocida como Liga de chicas alemanas) llegaron ese día a Donostia para participar en unas jornadas que incluían también la visita a Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia, Sevilla y Madrid. Fueron recibidas en la estación de Irun y se alojaron en el hotel María Cristina. Durante su estancia, de dos días, visitaron el museo San Telmo y presenciaron un festival de bailes regionales que incluyó la ezpatadantza y el aurresku.


Cita dominical en Santiago

Fue, sin duda, otro de los momentos más señalados de aquella estancia nazi a este lado de la muga. Una presencia absolutamente anómala, que acentuaba las anormalidades de una situación ya de por sí irregular. Porque, con la Guerra Civil recién concluida, la etapa que se vivía en Euskadi estaba muy lejos de la normalidad. De hecho, la condición de exiliadas de miles de personas propició una más de esas imágenes que aún hoy son recordadas: matrimonios, padres e hijos o familias enteras que, en los domingos y festivos, se vestían con sus mejores ropas para acudir al puente de Santiago. Allí, al otro lado, les esperaba esa otra parte de la familia con la que se citaban. No podían estar juntos (la aduana lo impedía), pero sí verse. Y eso, sin ser suficiente, era bastante.

Eran tiempos de cambio, de posguerra y de ocupación. Tiempos históricos. Tiempos que hoy se traducen en sorprendentes imágenes de nazis en El Chofre o el hipódromo pero que entonces no tenían un desenlace claro. La única certeza, la única cosa sabida, era que se estaba ante un antes y un después. Seguramente, pensarían, ante uno de esos episodios que luego son recordados en forma de fotos y páginas escritas. En forma de lo que son: historia.

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